La primera afirmación que debe realizarse es que los debates no cambian sustancialmente el direccionamiento del voto. Asistimos al mismo sesgados por nuestro propio filtro ideológico. En ese sentido, nuestra ideología, entendida como una verdad precientífica, prevalece sobre el desempeño de los candidatos durante el debate. Juzgamos positivamente a aquellos que a través de sus propuestas refuerzan nuestros prejuicios, convicciones personales, o preconceptos políticos. En la mayoría de los casos el debate reafirma nuestro voto.

Lo segundo que debe decirse es que los debates no contribuyen a elevar la calidad de la discusión pública. Sirven a la ciudadanía para conocer el perfil carismático o evaluar la performance emocional de cada candidato. Por ello, se hace muy difícil hablar de “un ganador” del debate. Generlamente, quiénes mostraron mayor solvencia emocional, suelen asociarse como triunfadores de la contienda. Pero esto no tiene nada que ver con la factibilidad de una política pública o programa de gobierno.

Lo interesante para analizar en ambos debates presidenciales lo marca el tribalismo discursivo. En ambas instancias hemos observado como cada candidato busca fidelizar a su tribu electoral. Un claro ejemplo lo marcan Espert y Gómez Centurión, buscando captar el voto “antipolítica”. En ese sentido, ambos candidatos plantean una visión decadentista de la corporación dirigencial (fundamentalmente políticos y sindicalistas) asociandolos con el problema y no la solución a los males del país. Por su parte, Alberto Fernández, le habló siempre al votante peronista; mientras que Mauricio Macri dirigió su discurso al elector antiperonista. Sin embargo, ambos encontraron un punto de coincidencia al menos (o solo) desde lo retórico: mencionaron en reiteradas ocasiones que lo que está en juego son dos módelos diferentes de país.

En consonancia con lo anterior, es importante destacar el afán de profundizar la polarización como estrategia de campaña electoral por parte de ambos candidatos. Se observó a lo largo de toda la campaña. A modo de ejemplo, mientras de un lado reivindican los 70s, desde el otro homenajean a los familiares de víctimas de la lucha armada. La negación de la otredad como propuesta de diferenciación.

El debate en la Universidad de Buenos Aires agregó además de todo lo mencionado anteriormente, dos condimentos interesantes: el primero estuvo marcado por la mayor disruptividad de Mauricio Macri y el mayor conservadurismo de Alberto Fernández. Esto es entendible desde la lógica del denominado “Teorema de Baglini”, que reza que cuanto más próximo esta uno del poder, más cuateloso debe ser. En ese sentido, el candidato del Frente de Todos, en virtud del resultado de las PASO, se considera cerca de ser el futuro presidente de Argentina. Ello lo obliga a arriegar lo menos posible.

El otro punto destacable lo marco el componente innovador en dos propuestas concretas: una expresada por Espert y la otra por Lavagna. La primera fue la idea de eliminar la coparticipación y que cada provincia sea responsable de sus gastos. La segunda, manifestada por Roberto Lavagna, fue la idea de pensar soluciones de política pública para la concentración poblacional en las conurbaciones de las grandes ciudades. El primero un tema de responsabilidad fiscal y el segundo de planificación territorial.

Los debates no cambian sustancialmente el direccionamiento del voto ni elevan la calidad de la discusión pública. Son una instancia que permite a la ciudadanía evaluar el desempeño emocional de cada contrincante. La polarización fue la ley fundamental de ambos debates y de toda la campaña.

Julio Picabea Mg. en Políticas Públicas y Docente de Política Argentina en UNSTA.