Por Leandro Querido.

 

Y en parte se cumplió con lo que vaticinaron las encuestas. Jair Bolsonaro será el próximo presidente de Brasil. Se cierra de este modo el ciclo del Partido de los Trabajadores. Una lenta y difícil agonía que encontró su momento culmine en la destitución de la ex presidente Dilma Rousseff.

Bolsonaro supo capitalizar el momento político, el clima de época. En sus 27 años como diputado federal nunca tuvo una oportunidad como esta y la aprovechó.

El electorado brasilero quería un cambio, una penalización al Partido de los Trabajadores, para la mayoría este partido no podía seguir en el poder luego de la crisis que arrastró a Dilma y de los casos de corrupción que involucraron a su partido político. Para la mayoría del electorado Fernando Haddad no solo era el candidato de la continuidad, era también el candidato de la impunidad.

Un candidato de centro, moderado no fue una alternativa convocante, efectiva para aglutinar los votos del anti petismo. En cambio, el que si reunió esa masa de votos determinante fue Bolsonaro. Muchos moderados terminaron apoyando al candidato carioca como segunda alternativa, sabiendo que no era su candidato ideal, pero sí el indicado para sancionar al PT.

Igualmente, en primera vuelta Bolsonaro sorprendió. Obtuvo el 46%, 50 millones de votos y quedó al borde del triunfo. En esa elección su partido pasó de tener un diputado a tener 52. También sumó unos pocos senadores y algunos gobernadores entre propios y nuevos aliados a partir de su apoyo en las segundas vueltas que debieron realizarse en varios Estados. Los casos de los Estados de San Pablo y Río de Janeiro dan muestra de ello.

Ahora bien, la agenda de Bolsonaro depende de su eficacia para lograr apoyos en el fragmentado Congreso del Brasil. En ese objetivo puede que el ahora presidente deje de lado sus decisiones más radicales. Necesariamente entrará en una etapa negociación.

Bolsonaro es un hombre con suerte y Maquiavelo escribió que esto es un atributo fundamental del buen político. No solo tuvo la suerte de encontrarse con un escenario político que potencialmente lo podría catapultar, además sobrevivió de milagro a un atentado que casi termina con su vida en la campaña. Nunca había ocurrido algo así en la historia moderna del país. Pero por sobre todas las cosas tiene suerte porque ahora se abre una disputa por detentar el rol de la oposición a su gobierno. El PT se encuentra en crisis, con su líder, el ex presidente Lula, preso por corrupción, con una Dilma derrotada en las urnas que salió cuarta en su distrito como candidata a Senadora y ahora, un Ciro Gómez, el candidato que salió tercero en el primer turno, que no quiso comprometerse con la candidatura de Haddad está decidido a ocupar el espacio del alicaído PT. Esta disputa puede prolongarse y darle tiempo a Bolsonaro para encontrar la botonera del gobierno de este país continente que representa el Brasil.

En una democracia competitiva todas las opciones ideológicas tienen derechos a presentarse, a ganar una elección y a llevar su plan de gobierno. Puede ganar la izquierda, la centro izquierda, el centro, la centro derecha y la derecha. Bolsonaro sin duda representa a la derecha. En materia económica se comprometió a llevar un plan de austeridad en cuanto al gasto público, de reordenamiento de las cuentas estatales, de promoción del libre mercado y de privatizaciones. Es su plan. Lo propuso en la campaña y ahora es de esperar que lo lleve adelante.  A esto se lo denomina “rendición de cuentas”. Seguramente no será un camino fácil de recorrer, pero cuenta con el aval de las urnas. En materia de derechos civiles o libertad de prensa es poco probable que tome medidas polémicas sin que esto despierte el rechazo de todo el arco político y social. De hacerlo le daría la oportunidad a la oposición de unificarse.

Pero vamos a los hechos. En su primer discurso tras el triunfo se comprometió a respetar la libertad de expresión, el pluralismo político y todas las libertades civiles. Tampoco desmontará los planes sociales que distribuyeron bajo el gobierno del PT. Se comprometió a revisarlos, pero aseguró que estos seguirán. Si es probable que intente modificar los contenidos que ofrece la educación pública o que se pierda en discusiones con algunos medios de comunicación al mejor estilo Donald Trump.

Sin embargo, sí hay un escenario de conflicto potencial. Bolsonaro estructuró su campaña en función de la denuncia contra la corrupción del PT. Por lo tanto, su gobierno será muy observado. No tendrá margen para cometer actos que permitan dudar acerca de sus intenciones de terminar con la corrupción generalizada. La fragmentación en el Congreso es una potencial amenaza de juicio político ya sea por posibles escándalos de corrupción, en caso de pretender implementar sus decisiones más polémicas a “sangre y fuego” o de tratar de avasallar algún poder del Estado.

Sobre este posible escenario de tensión se expresó el Presidente del Supremo Tribunal Federal, el Magistrado José María Días Tóffoli. En pleno desarrollo de la jornada electoral dijo en conferencia de prensa que “el próximo presidente deberá respetar la Constitución, el Congreso, la pluralidad política, las instituciones y los derechos de las minorías”. Un verdadero llamado de atención. Como escribimos más arriba el nuevo presidente no tardó en responderle.

Si Bolsonaro en la práctica se parece más a Sebastián Piñera, Iván Duque o Mauricio Macri no debería tener grandes problemas de ingobernabilidad, ahora bien, si el camino que toma es el de Trump podría darse un escenario de conflicto inminente. El presidente Republicano cuenta con un bloque homogéneo y numeroso que lo respalda en un Congreso caracterizado por el bipartidismo y por función amortigua sus declaraciones y acciones más controvertidas. Bolsonaro no cuenta con ese respaldo y por no tenerlo podría enfrentarse a uno de estos dos caminos: el del giro autoritario con el apoyo del partido militar o en su defecto la destitución por impeachment.

No hay margen para jugar a ser Trump en Brasil y el nuevo presidente de la nación debería ser el primero en entenderlo. Pero, ¿podrá contenerse el nuevo presidente y transformarse en un Bolsonaro de centro derecha o, aunque más no sea, de derecha, a secas, y así quitarse el mote de “ultra” con el que lo clasificaron sus opositores en la campaña?