En los deportes en general los árbitros desempeñan un rol central, aunque muy ingrato, por cierto. Se afirma habitualmente que si ante un partido intenso el árbitro pasa desapercibido es la confirmación de que hizo bien su trabajo. Si lo cuestiona solo uno de los dos equipos que compiten lo acusan de parcialidad. ¿Y si lo cuestionan los dos equipos? Si los cuestionan los dos equipos podemos inferir que también ha cumplido bien su tarea por lo menos en lo que respecta a desempeñar un rol de imparcialidad. Claro, no se trata del caso ideal en el que pasa desapercibido, aunque algo es algo.

Bien, pero cómo se encuentra Brasil en este sentido, a días de un proceso electoral trascendente. El Tribunal Supremo Electoral se encuentra ante un desafío inmenso. Cuenta con un antecedente muy importante. La última elección de 2014 fue intensa y con una segunda vuelta entre Dilma Rousseff y Aecio Neves muy cerrada. Neves hizo algunas denuncias mediáticas, puntuales y que no comprometían el resultado final, aunque no pudo aportar ningún elemento documental. Con la excepción de este tema menor el árbitro pasó desapercibido y por lo tanto cumplió con su cometido.

Brasil utiliza el voto electrónico, su versión más radical, la urna electrónica que no emite comprobante físico. Convengamos que este instrumento de votación que utiliza y que ha desarrollado el propio Tribunal Supremo Electoral requiere de una autoridad confiable y legitimada ante la sociedad y sobre los partidos políticos que la organizan y representan. Esto ha sido un logro muy importante del árbitro electoral de Brasil. La política y las elecciones dependen de esa capacidad de generar certidumbre en los ciudadanos. Siempre los que compitieron respetaron al árbitro.

El escenario ha cambiado desde el 2014 a esta parte. La coalición de gobierno entró en crisis al poco tiempo de ganar las elecciones. Se desvaneció la presencia en el Congreso y esto habilitó el juicio político a la presidente Rousseff y su posterior destitución. Su vicepresidente siguió en el cargo y aunque desacreditado y deslucido logró dos cosas importantes: bloquear su propio juicio político y llegar a las elecciones. En el medio de esto avanzó el juicio por corrupción contra el ex presidente Luis Ignacio Lula Da Silva; fue condenado, detenido e inhabilitado como candidato debido a la ley de Ficha Limpia que su propio gobierno impulsó.

Todo fue configurando un escenario propicio para la emergencia de liderazgos políticos poco convencionales. Así Jair Bolsonaro llegó a su cenit. Resulta interesante remarcar lo que pasó en el último debate de candidatos televisado por la cadena SBT. Allí, estaban todos menos Bolsonaro que recibió el alta médica luego, en una fecha posterior a la realización de dicho debate. Los candidatos centraron sus críticas en Fernando Haddad, el candidato de Lula y del Partido de los Trabajadores. Es interesante porque le recriminaban a este partido por el surgimiento de Bolsonaro, como producto de ese clima de desorden y crisis generalizada que describíamos anteriormente.

A menos de una semana de las elecciones tenemos a los dos equipos cuestionando al árbitro, pero en realidad esto no habla mal de los árbitros que ya demostraron imparcialidad y pericia en más de una oportunidad sino de los equipos, muy poco apegados al fair play electoral. Jair Bolsonaro, en uno de esos actos de irresponsabilidad que lo caracterizan sostuvo que no va a reconocer los resultados si pierde. Imaginen a un equipo de futbol que antes de salir al estadio se acerca al vestuario del árbitro y le dice que si pierden no van a aceptar los resultados. Insólito y repudiable. En el juego democrático se gana y se pierde. Ahora Bolsonaro parece volver sobre sus pasos y asegura que sí los aceptará. Lo hace como si fuese un gesto de condescendencia cuando en realidad debería ser así siempre. En el otro rincón se encuentra el Partido de los Trabajadores y su candidato. Que molestos por la situación judicial de su líder argumentan que esta es injusta porque en Brasil “todos roban” y trasladan este malestar que tienen con la justicia al Tribunal Supremo Electoral.

La situación por lo tanto no es nada fácil. Sabemos que el árbitro electoral no pasará desapercibido pero que el hecho de ser cuestionado por los dos equipos principales lo ubica en donde tiene que estar: en el lugar de la imparcialidad.

En este complejo escenario 147 millones de brasileros no solo serán espectadores de esta competencia entre varios equipos, sino que además tendrán también que votar por algunos de ellos el próximo 7 de octubre.

 

Por Leandro Querido