Es claro que en Ecuador vivimos nuevos tiempos, y no necesariamente por el cambio de gobierno. El país ya venía experimentando periodo de transición, silencioso pero que fue especialmente evidente durante las últimas elecciones, en las cuales Guillermo Lasso como actual presidente constitucional del país.
Ese día los ecuatorianos fuimos testigos, con sorpresa pero en un ambiente de calma y confianza, del desarrollo normal del proceso de elecciones y la entrega de resultados preliminares al final de la jornada que, a pesar de reflejar un claro ganador, no fueron disputados ni por la ciudadanía ni por el candidato desfavorecido o su partido.
Para entender el porqué de la sorpresa hay que volver a las elecciones pasadas, cuatro años atrás. Importantes protestas ciudadanas durante la primera y segunda vuelta electoral, apagones en el sistema de conteo, denuncias de fraude por el entonces candidato Guillermo Lasso, y un ambiente de recelo y polarización se vivían en el Ecuador. Estas fueron las circunstancias en las que Lenín Moreno, candidato oficialista, asumió la presidencia del país.
Aunque las denuncias de fraude no pudieron ser probadas frente a los organismos de control, la desconfianza política y ciudadana tenía razones válidas. La dependencia directa o indirecta de varias funciones del Estado, en este caso la electoral, ante el poder Ejecutivo dejaba dudas sobre la imparcialidad del proceso. Esta dependencia se había desarrollado durante el gobierno del presidente Rafael Correa, y una vez con el candidato oficialista proclamado ganador, la expectativa era que esta estructura estatal, sin institucionalidad ni contrapesos, iba a continuar.
Sin embargo, hoy sabemos no fue así. El presidente Moreno ejerció el poder de una forma distinta a la del presidente Correa, permitiendo que las instituciones fuera del Ejecutivo pudieran formar sus criterios y tomar sus decisiones sin dependencia o injerencia. Es decir, fueron recobrando paulatinamente una independencia que logró honrar y reflejar transparentemente la decisión ciudadana en las últimas elecciones.
Desafortunadamente, la independencia es condición necesaria, pero no suficiente. Hoy el reto es la institucionalidad. El país ha sufrido demasiado la dinámica de reiniciarse cada periodo gubernamental, de dar un paso para delante y regresarse dos o tres. Es momento de dejar de pensar en la figura del presidente como un refundador de la República y verlo como lo que es: un gobernante temporal y transicional que debe rendir cuentas a las generaciones de ecuatorianos que seguiremos aquí por mucho más tiempo.
Por eso, el mejor legado que el presidente Lasso puede dejarle al país es la continuidad: robustecer el Estado de Derecho, trabajar en la institucionalidad del Ejecutivo e incentivarla para las demás funciones del Estado, fortalecer las políticas públicas de sus antecesores que hayan sido acertadas y sentar nuevas políticas pensando a largo plazo.
Ecuador merece tener instituciones serias, formales y técnicas, que diseñen e implementen políticas de Estado sin el riesgo de la discresionalidad burocrática. No es una tarea fácil y los esfuerzos para lograrlo son considerables. Pero valen la pena. Solo así podremos construir un mejor gobierno, un mejor Estado y un mejor futuro.
Milica Pandzic
Abogada con estudios en derecho y finanzas de la Universidad de Oxford y ciencias sociales de Sciences Po Paris.