¡Alerta, alerta, alerta que camina, la corrupción sistémica por América Latina! bromeaba un colega y viejo amigo.

Más allá de este agudo comentario, lo cierto es que resulta de gran complejidad la situación judicial de presidentes y ex presidentes en la región, como resultado de su compromiso o presunto compromiso con esquemas de corrupción más o menos generalizados; así, podríamos mencionar los casos de Ricardo Martinelli en Panamá, Alberto Fujimori, Hugo Toledo (actualmente prófugo de la justicia de Perú) y la ex pareja presidencial Ollanta Humala/Nadine Heredia en Perú, Lula Da Silva en Brasil, Cristina Fernández de Kirchner y su vicepresidente Amado Boudou (primer vicepresidente preso) en Argentina. La integración latinoamericana avanza, pero no parece hacerlo a través de su mejor versión.

 

A fin de poder empezar a comprender la naturaleza del problema, me parece importante establecer la diferencia entre aquella expresión más visible del fenómeno -valijas, bolsos, garajes y cuadernos- y aquella menos visible que tiene relación con los factores estructurales que podrían explicar el extendido hábito de incurrir en prácticas de corrupción; sin pretender agotar la lista, entiendo que tres serían los principales factores: la ingeniería electoral, los cambios en la actividad política resultado del impacto de las nuevas tecnologías y la relativa debilidad del aparato estatal frente a los actores sociales y políticos.

 

En relación al primer factor, la proliferación de fórmulas electorales de carácter proporcional, en aras de fomentar la representatividad, terminan generando como consecuencia la indisciplina y fragmentación partidaria, con elevados costos para la construcción de la gobernabilidad democrática, tanto en términos fiscales como así también en términos éticos. El ejemplo de Brasil es quizás el más emblemático con un bajo nivel de nacionalización de sus partidos y sistema de partidos y un congreso fragmentado con partidos escasamente disciplinados: A los escándalos del Mensalao y Lava Jato no los trajo la cigüeña de París, son producto de una ingeniería electoral distorsiva que, aunque no provoca de manera directa, alienta en forma indirecta prácticas de carácter semilegal o ilegal.

 

Respecto a los cambios en la actividad política, las transformaciones tecnológicas de las últimas décadas han impactado en la forma de hacer política y en la búsqueda de recursos para llevar a cabo la actividad política; parafraseando a un viejo y recordado político argentino, Deolindo Felipe Bittel, la política ya no se hace más con tiza y carbón, sino con sofisticados y costosos ejércitos de especialistas de la comunicación, análisis del discurso, la manipulación de la opinión pública, etcétera. La política se ha convertido en una actividad onerosa, y se hace necesario la obtención de recursos por diferentes medios, legales y de los otros, para poder sostener una estructura cada vez más profesional.

 

Finalmente, el crecimiento -aunque con contra olas de retracción- del aparato estatal, con el propósito de formular políticas públicas destinadas a satisfacer reivindicaciones democráticas crecientes, ha generado un efecto no deseado, cual es aquel de la captura o intento de captura de las diferentes agencias estatales por parte de, por una parte partidos cartelizados con el propósito de garantizar la financiación de su actividad partidaria y supervivencia organizacional, y por otra organizaciones empresariales y sindicales para la obtención de diferentes beneficios de carácter sectorial, de directo o indirecto impacto en el déficit del presupuesto público. Las denuncias del año 2005 del entonces ministro de Economía Roberto Lavagna -sin comentarios respecto de su casi inmediata eyección del gabinete nacional- sobre la existencia del “Cartel de la Obra Pública”, de moda nuevamente en el marco del “Cuadernogate” en Argentina representa una buena muestra del problema de la colonización del estado argentino.

 

¿Podrá esta ola de regeneración moral impulsar cambios en la calidad de la democracia que, entre otras iniciativas, contemplen mejorar la modalidad de representación electoral, los mecanismos de financiación política y el desempeño de las agencias estatales?

 

Pregunta esta que parece de difícil respuesta pero, quisiera recordar que las oleadas moralizadoras culminaron en Italia con el ascenso de un exponente de la antipolítica, Silvio Berlusconi, con el fin de la vieja clase política cartelizada de la primera república, pero no con la corrupción institucional. Mientras tanto en Brasil, en medio del escándalo del Lava Jato, está por comenzar una campaña electoral en principio polarizada entre un candidato impedido de participar del proceso electoral por estar en prisión, Lula Da Silva, y un nostálgico de la vieja dictadura militar brasileña, Jair Bolsonaro. La instalación del sentimiento antipolítico o por lo menos de rechazo de la política abrió la puerta a liderazgos antipolíticos o políticos que hicieron política de la anti política.

 

En definitiva, lo previsible resulta ser la incertidumbre.

 

Por Santiago Leiras