La pandemia del COVID 19 tiene impactos sanitarios, sociales, económicos y políticos que todavía no denotan su real dimensión. Sin duda alguna la humanidad se enfrenta a un desafío civilizatorio que puede allanar el camino a transformaciones positivas; por ejemplo, un cambio de fondo en nuestra relación con la naturaleza. Pero, del mismo modo si la pasividad o la ausencia de acuerdos se apoderan del escenario las consecuencias de la pandemia pueden ser desastrosas; por ejemplo, la degradación de las condiciones de vida del sector informal de la economía global.

Generalmente cuando se aborda a la economía formal como temática de discusión, se tiende a pensar que es la característica hegemónica en términos legales, productivos y de empelo a nivel global. Sin embargo, tener un empleo estable con acceso a derechos como salario mínimo, seguridad social, acceso y exigibilidad de derechos laborales, acceso a crédito público o privado. Así como unidades productivas que crecen en el marco de instituciones que regulan su accionar tributario, ambiental, social, crediticio y laboral representan una minoría a escala mundial. Según la Organización Internacional del Trabajo (2018) en los países desarrollados apenas el 9,8% de la Población Económicamente Activa (PEA) pertenece al sector informal. Es decir que, en países como Estados Unidos de América, Canadá, Europa Occidental, Japón, Corea del Sur, Taiwán y otros pocos la informalidad laboral es una cuestión pequeña que mayoritariamente afecta a migrantes.

En contraposición, en el resto del mundo la economía informal es una característica estructural de los sistemas productivos en los diferentes países. Por ejemplo, en África el 76% de la PEA es informal alcanzando picos en países como Uganda con el 86%. Siguiendo la misma lógica, América Latina posee un promedio de 40% con países como Perú que alcanzan el 65%, y la región Asia Pacífico con 46% en la que India alcanza picos del 86% de fuerza laboral informal (OIT, 2018). Igualmente, la relación entre economía informal y PIB denota una importancia radical del primero sobre el desempeño del segundo. Por ejemplo, en Latinoamérica el peso de la economía informal en el PIB es del 25,9%, en Asia del 26,8%, en África Septentrional 30,4% y en África Subsahariana del 37,7%.

Por consiguiente, la economía informal ha sido históricamente una respuesta espontánea, con profundos inconvenientes, y desorganizada de los ciudadanos más vulnerables ante el desempleo, la falta de oportunidades, y la exclusión estructural. En las principales calles y plazas de los países en vías de desarrollo es común observar vendedores ambulantes ofertando los más diversos utensilios y objetos desde prendas de vestir, pasando por artículos electrónicos, y terminando en cualquier variedad de alimentos. Precisamente estas personas que antes de la pandemia eran parte activa de la informalidad económica como una opción de supervivencia son las que han sido y serán más afectadas por la crisis económica, el distanciamiento social, y las medidas de confinamiento. Según cifras de la OIT alrededor de 8 de cada 10 pequeños negocios a nivel mundial pertenecen a la economía informal, los mismos serán directamente afectados generando más pobreza, inequidad, y convulsión social. Sin mencionar las y los trabajadores que se quedaron desempleados y se suman a la informalidad laboral. Esta última a nivel global alcanza al 60% de los trabajadores antes de la pandemia.

Las diferentes respuestas de política pública históricamente se han centrado en la generación de empleo formal a través de diferentes estrategias de desarrollo que, en términos generales, fluctúan entre la generación de oportunidades mediante el mercado o el Estado, así como una economía mixta. Sin embargo, las mismas han fracasado rotundamente debido a que a lo largo del tiempo las tasas de subempleo/empleo informal se han mantenido estables e, inclusive, han crecido. Por ejemplo, en Ecuador las últimas décadas la misma ha permanecido en promedio alrededor del 46% de la PEA. En otras palabras, la estrategia convencional de realizar una transición para que la economía informal se direccione hacia a una economía formal, que es el escenario ideal, ha fallado por la vigencia de condiciones estructurales como: ausencia de crecimiento económico, falta de productividad, automatización de la economía, crisis económicas, exclusión educativa y sanitaria, déficit tecnológico, entre otros.

Por lo tanto, así como se debate y cuestiona el prohibicionismo como paradigma para luchar contra el narcotráfico por sus consecuencias adversas en términos de corrupción, estela de muerte y aumento del consumo. Del mismo modo, se debe replantear la generación de políticas públicas únicamente centradas en la generación de empleo formal como mecanismo para cerrar una brecha que ha demostrado ser insalvable. Mucho más en esta época de pandemia y crisis económica mundial en el cual los patrones de consumo van a variar y decrecer afectando las personas históricamente excluidas.

En consecuencia, si no existe un nuevo paradigma para abordar directamente las problemáticas que se desprenden de su negación tácita; los hombres y mujeres, aunque también ancianos, adolescentes, madres solteras y lamentablemente niños se debatirán entre morir por COVID 19 o de hambre al no poder llevar un pan a su mesa por la cuarentena obligatoria. Mientras la minoría que posee un trabajo formal, muchas veces como resultado del miedo, juzga y reprende la falta de ‘consciencia’ en las aglomeraciones que producen los vendedores ambulantes. Seguramente para estos últimos el miedo a que sus hijos mueran de hambre es más grande que contagiarse de COVID19 y dejarlos desprotegidos para siempre.

Ante este escenario trágico que llegó para quedarse no se pueden plantear estrategias fallidas dado que tal como manifestó Albert Einstein ‘si quieres obtener resultados diferentes, debes hacer cosas diferentes’. Ergo, el primer paso es reconocer, legitimar, y despenalizar la economía informal lícita; obviamente excluyendo actividades criminales como narcotráfico, trata de personas, extorsiones, etc. Solamente organizando las actividades económicas informales, co-creando políticas públicas de manera participativa con vendedores ambulantes, fomentando su acceso a bienes y servicios públicos, e insertando a los trabajadores informales en las actividades productivas. Así como desarrollando ecosistemas integrales en los cuales el trabajo informal sea parte de la solución y no sea visto como el problema en términos ambientales, de planificación urbana, comerciales, de seguridad, productivos, entre otros se podrán crear, sostener, y dignificar medios de vida para las personas históricamente abandonadas a su suerte.

Sin duda alguna este cambio de paradigma es un reto gigantesco, mucho más en un contexto de pandemia y de crisis mundial. Pero, su necesidad es imperiosa no solo en términos de humanismo democrático sino también para aprovechar las fuerzas productivas, innovación, capacidad de trabajo y emprendimiento que se encuentran contenidas en este limbo económico. Según las investigaciones del académico Robert Neuwirth si la economía informal lícita a lo largo del globo hipotéticamente podría unirse en un sistema político -país soberano- llamado República de Vendedores Ambulantes del Mundo (RVAM) alcanzaría un valor anual de 10 trillones de dólares, solamente superada por Estados Unidos de América y China. A diferencia de la economía de los lujos, luxury economy, que solo representa a escala global 1,5 billones de dólares; la economía informal a escala mundial tiene una repercusión directa y mayoritaria en los 3 mil millones de trabajadores existentes en la faz de la tierra.

Por ende, las decisiones técnicas y políticas para alcanzar un desarrollo sostenible e inclusivo tienen que necesariamente estar afincadas en la economía informal. Sin mencionar que las posibilidades de crecimiento en el mundo en los próximos 25 años dependerán de la situación de las áreas urbanas de los países emergentes, en los cuales los trabajadores informales son su característica más palpable. Es hora de priorizar lo verdaderamente importante no solo por humanismo, sino también por eficiencia.

Finalmente, esta posibilidad de cambio civilizatorio que la pandemia trae consigo, tanto para bien como para mal, también tiene consecuencias directas en relación a la democracia liberal. En el caso específico de este análisis, si las repercusiones socioeconómicas del COVID 19 recrudecen las condiciones de vida de los trabajadores informales, porqué las instituciones democráticas deben resultar ilesas. Si no existen reformas y cambios de paradigmas en favor de las mayorías -trabajadores informales- porqué los grandilocuentes demócratas, partidos políticos, líderes de opinión e intelectuales tienen derecho a quejarse ante la victoria electoral de alternativas populistas y autoritarias. En otras palabras, porqué si hacemos las mismas cosas que nos han llevado al fracaso -haciendo referencia nuevamente al premio nobel alemán- esperamos por osmosis una reacción de la población en favor del régimen democrático. En conclusión, la mayoría de la población de nuestros países, entre ellos muchos trabajadores informales que talvez nunca lean estas líneas por falta de oportunidades y tiempo, saben que si con la democracia –parafraseando al Expresidente argentino Ricardo Alfonsín- no se come, no se cura y no se educa; y este autor añadiría no se tiene derecho al trabajo digno, la misma no es democracia.